Nos Vamos de Rutica

48 horas de calma en Cabo de Gata: mi refugio secreto para desconectar

Porque a veces, solo necesitas un paréntesis para recordar que la vida también sabe a sal y buganvillas.

Mini-escapadas que curan el alma

Hay semanas que pesan. La bandeja de entrada parece un monstruo infinito y la vida se resume en café, pantallas y agendas. Yo necesitaba un respiro. Un reseteo emocional. Y, como siempre, mi brújula apuntó hacia el Cabo de Gata, Almería.

No hacía falta más que una noche, dos días y un poco de improvisación. El resultado: paz, diseño, sabor y mar.

Primera parada: Agua Amarga

Llegamos temprano, con las maletas ligeras y la cabeza más ligera todavía. Agua Amarga es ese tipo de lugar que parece un set de cine: casitas blancas, buganvillas magenta y el sonido del mar de fondo.

Objetivo: visitar Nomad Estilo, un templo del diseño mediterráneo slow. Textiles, cerámica, objetos de decoración con alma. Sí, compré. Sí, me sentí como en una película italiana.

Un paseo rápido por el pueblo, un desayuno frente al mar y la sensación de que el tiempo, aquí, pasa más lento.

Las Negras: cerveza, sol y piedras al agua

La siguiente parada fue Las Negras. Allí nos sentamos en La Bodeguiya, con sus mesas de madera frente al Mediterráneo. Una cerveza fría para nosotros, un refresco para el Peke, que se dedicó a lanzar piedras al agua una tras otra. Nada de castillos ni cubos de arena porque aquí la playa es de piedra. Pura diversión minimalista: él, las piedras y el sonido del mar.

Rodalquilar: vino local y un almuerzo con carácter

Rodalquilar es un lugar con historia, antiguo pueblo minero reconvertido en rincón cultural y gastronómico.

Primera parada: La Despensa, una pequeña tienda de productos locales donde descubrimos un vino de Almería que ahora guardo como un tesoro.

Almuerzo ligero en SamanBar. Gamba roja de Garrucha, pan casero con aceite de oliva de la tierra y atún en escabeche. Cocina honesta, de esas que no necesitan adornos.

El Mirador de la Amatista: “wow moment” incluido

Camino hacia nuestro hotel, hicimos una parada en el Mirador de la Amatista. Si quieres un solo lugar para esa foto que te recordará por qué viajamos, es aquí: horizonte turquesa, acantilados dramáticos, un mar que parece infinito.

La Loma: el cortijo que roba el corazón

Nuestro refugio fue La Loma, un pequeño cortijo boutique con ocho habitaciones y unas vistas de escándalo a la Isleta del Moro.

Decoración exquisita, dos piscinas estilo alberca, vajilla de cerámica de Níjar (sí, la vas a querer en tu casa) y un ambiente que mezcla minimalismo, tradición y calidez.

El personal es el alma del lugar: atentos, cercanos, con esa hospitalidad que te hace sentir no en un hotel, sino en casa. (Gracias Azahara)

Por la noche, su restaurante se ilumina con velas y la vista al mar. Probamos alcachofa con cecina, ensaladilla de gamba, patatas con huevo y puntillitas, y un rodaballo espectacular. Un cóctel bajo la luna, un brindis y la certeza de que habíamos acertado.

Despertar perfecto y rumbo a Níjar

El día siguiente comenzó con un desayuno a la carta: croissants recién horneados, tostadas con tomate y jamón ibérico, yogur, fruta, pancakes y zumo de naranja natural. Perfecto.

Hicimos el check-out con un “volveremos” en la mente y pusimos rumbo a Níjar, capital de la cerámica almeriense.

Visitamos Alfarería Ángel y Loli y varias tiendas artesanales donde compramos platos, botijos y piezas únicas de esas que sabes que te llevarás a casa aunque no estén en el plan. Pasamos por el vivero Cactus Níjar, un espacio fascinante donde el verde toma todas las formas posibles. Sí, salimos con un par de plantas nuevas (porque, ¿quién puede resistirse?).

Si te encanta la decoración, la tienda Número Once es tu paraíso.

Tapas y despedida en Níjar

Para cerrar la escapada nos quedamos en el propio Níjar y fuimos a Bar Ortiz Cuatro Caminos. Es un clásico local de los de toda la vida y allí descubrimos una joya culinaria: la carne con salsa de almendras. Un plato sencillo, reconfortante y absolutamente delicioso. Tapas, cañas, risas y un ambiente relajado. El cierre perfecto para dos días que se sintieron como una semana de vacaciones.

48 horas, un puñado de lugares con alma y un recordatorio:

no necesitas un mes en Bali para resetear, a veces un cortijo con vistas y un pueblo con buganvillas basta.

Cabo de Gata siempre será mi refugio.

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